Susan
Las madres no son solo madres
Fanática de Star Wars, de las películas de acción y devota a la belleza particular de Keanu Reeves. Evita las historias conmovedoras porque, detrás de su fortaleza, se esconden todas las veces que hizo tripas corazón para sostener a quienes la rodeaban. Detesta las tramas que ponen de protagonista al cáncer, porque ya ha visto a varias personas morir a causa de esa enfermedad.
Durante su primera adolescencia, solía pintar con pasteles el mundo que la rodeaba e intentaba, con una esperanza ingenua, colorear los trazos grises por los que la vida la estaba llevando. Aspiraba a un futuro libre, forjado con las veces que escuchaba en bucle Cuando Seas Grande de Miguel Mateos, y soñaba con todas sus fuerzas un hogar apacible que se sintiera como una canción de Vilma Palma.
Su mundo se derrumbó a los 16, cuando al mayor héroe de su vida lo atravesó una trombosis que le paralizó medio cuerpo: su papá ya no tenía el semblante característico de Tom Selleck ni el físico atlético de Van Damme. Ahí, en ese momento, le llegó la adultez como un baldado de agua fría que pretende ser caliente. A partir de ese instante, se tragó la tristeza a escondidas para no hacerlo todo más difícil.
Con torpeza intentó disimular el lamento que la rodeaba al llegar a los 20 y, por azares del destino, se refugió en la emoción de encontrar distracción en un joven roto e insensato. Con pereza y sin saberlo, construyeron una historia incoherente que dio origen a la mía.
A pesar de estar con el corazón roto por las desventuras de un amor inmaduro, nunca despreció las consecuencias de ese amor: sus dos hijos, a quienes les heredó el déficit de atención o “el arte de la confusión”, como a ella le gusta llamarlo. Ella, con sus ojos dorados y su cabello ondulado, con el que no podía disimular la libertad de su alma, aplacó su espíritu para darme una vida más amable.
Hoy está viviendo su segunda adolescencia, a tres años de completar medio siglo en esta tierra, y parece delicadamente firme. Cuando llora o ve con asombro lo que para mí parece obvio, recuerdo que antes de mi existencia era un individuo completo e independiente que casualmente resultó ser mi mamá.
Alguna vez fue una niña de pestañas largas y mirada seria, cuya emoción principal era el desagrado. Alguna vez fue desinteresada, obsesiva con las artesanías y capaz de llenar sus manos de anillos como si fueran talismanes. Alguna vez soñó con un amor absurdo que la sacara a bailar por horas una canción del Grupo Niche. Y aunque digo alguna vez, lo cierto es que todavía veo rastros de esa mujer que existió antes de mí.
Detesto pensar que mi existencia la desvió de sus sueños. Detesto darme cuenta de todas las veces que las personas a su alrededor la limitaron hasta hacerle creer que no tenía derecho a ser más que una madre. Detesto pensar en un mundo donde las mujeres solo son madres. Detesto verla tan pura e ingenua a una edad en que las personas están corrompidas por la crueldad. Detesto la idea de verla enamorarse porque no siento que su corazón esté listo para soportar otra grieta decepcionante. Detesto describirla aquí como mi mamá, porque me enfrento a la incómoda realidad de entender que dedicó la mitad de su vida a construir la mía.



Ver a los papás como personas que tuvieron vida y sueños antes que nosotros es desolador. En mi caso me ayudó a sanar la relación con mi madre
El mejor regalo y la mejor señal de respeto que podemos hacer a nuestras madres es vivir sin arrepentimientos la vida que ellas nos han dado. Tus palabras me han llegado muy hondo... Muchas gracias por compartir unos pensamientos tan duros, te mando un abrazo fuerte ❤️